lunes, 7 de septiembre de 2009

SEÑOR MELERO

Cuando además del sistema, de los bancos, de las pandillas, te rechazan las niñas, la cosa se ponía muy empinada. En los jardines públicos bebíamos, fumábamos o hacíamos pinitos.
Fue en una velada alcohólica que conocí a Fernando Melero llorando mal de amores. Estaba furioso por un rechazo y despotricaba contra todo el género opuesto. Él era de un barrio de avisperos y bloques, no nadaba en la abundancia. Ni siquiera estábamos en el mismo curso, aunque a los dos nos gustaban la literatura y las niñas, no precisamente en ese orden. Durante unos meses hicimos la vida juntos. Preparábamos los exámenes, bebíamos como cosacos. Nos reíamos de nuestra sombra, de las relaciones con los demás, de nuestra estrecha situación económica y espiritual. Nos hicimos amigos. Íbamos juntos a todas partes. Compartíamos la bicicleta, el tabaco, los fines de semana. Todo. A veces mirábamos el mundo, la turbamulta desde algún otero. Vigilábamos el paso apesadumbrado de los peatones. Él leía literatura panfletaria y anarquista. Era un devoto del suicidio romántico y postmoderno. Yo leía mis poemas de aprendiz. Rechazábamos la conducta del doblegamiento, la misericordia de los grupos de amigos en los que había que integrarse, unirse, despersonalizarse. Nuestro camino estaba escondido entre la batahola ruidosa, pero era individual, no gregario, no el de los demás. A pesar de todo éramos demasiado pobres para ser totalmente asociales. Nuestra anarquía se limitaba a un estrecho círculo de pensadores borrachos.
Al poco tiempo apareció Lola. Una jovencita hermosísima de dieciséis años, morena y moruna. Una niña de las Tres Mil Viviendas que se dejaba querer de Fernando, con una risa sensual y brillante. Con ella, aquella visión idílica de los sueños compartidos iba cobrando cuerpo. Había aparecido el amor sonriendo a Melero y a Lola. Yo me complacía de la compañía de ambos. En poco tiempo, las cosas iban a perder el halo numinoso de los dieciséis años. Melero dejó de estudiar y se marchó al Servicio Militar. Volvió cambiado, asilvestrado, más terráqueo. En unos de sus permisos Lola se multiplicó por dos. Yo lo supe antes de que le diese publicidad porque su rostro reflejaba una latente ansiedad. El aterrizaje en la realidad fue pasmoso.
Tres, divina cifra. Tres sin paraíso, sin huerto que labrar, sin un puto duro. Cuestiones mundanas. ¿Dónde vivir?, ¿cómo vestirse, alimentarse y criar al número tres?, ¿qué diablos hacer con un hijo y solo dieciocho años?
Los días luminosos iban apagándose y haciéndolos madurar. Melero no tenía oficio. Lola fregaba escaleras por quinientas la hora. No eran más que dos niños padres. Un familiar de Fernando ideó una solución funcional. Don Melero con pantalones y chaqueta gris marengo, dejaba los pantalones superpitillo y las John Smith, los porros y las litronas a cambio de pañales, biberones y un maletín de comercial de puerta fría, lleno de ofertas de pisos, seguros, sistemas de alarma o contra incendios. Don Melero lo vendía todo, menos a su mujer y a su hijo. ¿Había sido engullido por la maquinaria?
Aprendió a sacarle los cuartos al más pintado. La transformación fue fabulosa. Se convirtió en un as de la puerta fría, de la venta a domicilio. Aprendió a vender hasta lo más peregrino. Llamaba a todos los timbres sin pausa y sin frustración. No sufría por no vender, incluso estando todo el día tirado en la calle, que se convirtió en su aliada. Salía temprano de su domicilio con un gran billete en el bolsillo y lo tocaba para sentirse seguro. Llegaba a la oficina tempranísimo. Preparaba un ruta de ventas. Descolgaba el teléfono, marcaba un número al azar y profería un Hijo de puta a cualquier desconocido. Así comenzaba una dura jornada de comercial callejero.
Melero seguía agazapado tras el gris marengo propiedad de Don Melero. Se había convertido en un vendedor tenaz y contundente a golpe de nudillos contra las puertas cerradas. Nunca rogaba a nadie, la gente terminó corriendo tras él para comprar sus mercaderías, metamorfoseado por el sistema. Eso, o su hijo con hambre. Eso, o su mujer llorando. Y Lola vivía dejándose la tinta de los sueños no escritos fregando ajeno, sin quejarse, sin dudar ni un segundo.
¿Qué clase de amantes soportan hoy la indigencia, la premura del estómago, las escaleras sucias, la divina y prostituta calle?
Tres se llama Pablo.

3 comentarios:

  1. hola José,soy jonathan perez perez,tu antiguo alumno de la eso,siempre te e admirado y gracias ati e llegado alcanzar mis sueños y mis metas,gracias a ti me di cuenta de que la vida era algo mas que un porro y algunos euros en los bolsillos,ahora soy una persona madura,con su casa y su trabajo y su pareja y gracias a ti cada mañana doy las gracias de haberte hecho caso y seguir tu ejemplo y salir del barrio asta llegar a cumplir mis sueños y metas las cuales cumplo ahora siendo lo que quería guardia civil,lo que antes era un sueño ahora es mi día a dia,gracias joni un abrazo.

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  2. Tres tiene ya 24 años y vive independiente con una moruna autentica, el Señor Melero y Lola ahora son libres de disfrutar el resto de sus vidas sin tener que preocuparse tanto.

    Tres soy yo

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  3. Chacho, me ha gustao el librillo, me lo he pasao mu bien¡¡

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