lunes, 7 de septiembre de 2009

BLUES EN JUAN XXIII

En los primeros años 80 empezaron a respirarse ciertos aires de permisividad en el terreno del cannabis. En Su Eminencia había varios mercadillos de drogas, heroína, grifa, y más tarde llegarían las pastillas, LSD, y otras substancias demoledoras. Igualmente surgieron grupos bajo la influencia de esos aires y de estas drogas.
Algunos de estos grupos llegarían a la más alto Parnaso triunfando desde las 3.000 mil viviendas. Raimundo y Rafael Amador que tocaban en los comerciales de Juan XXIII un extraño flamenco, estirando el bordón de su Gerundina, como si fuera de goma, terminaron tocando en directo con BB King.
Silvio y Barra Libre hacían rock and roll en inglés inventado y en italiano borracho. Silvio salía a la escena borracho con un cubata en cada mano. Aparecía por la derecha del escenario y volvía a salir por la izquierda, sin saludar siquiera. Pero cuando lo ponían delante del micrófono y lo agarraba, con el ciego tan grande en el que vivía, el público saltaba y aullaba, en un éxtasis alcohólico y nihilista. Después de recorrer medio mundo intentando triunfar como músico, su alcoholismo le devolvió a Sevilla con el rabo entre las piernas, con una cirrosis hepática fulminante. Le recuerdo en un concierto-maratón de 48 horas de música en directo, en Triana. Ni los mismísimos Rolling hubiesen provocado la orgía que se montó en la Calle San Jacinto: la bulla después de dos días bebiendo y drogándose ininterrumpidamente asaltó la barra del local y tuvo que intervenir la Policía que también llevaba dos días de música y de drogas.
En la calle encontrábamos a menudo a un viejo ciego que tocaba el acordeón y a un baterista bizco con un nervio medular que lo hacía temblar mientras tocaba el bombo, la caja y el platillo. Eran Los Incansables de Torreblanca. Verdaderamente infatigables, tocaban durante horas sin parar a la puerta de los bares, en los chiringuitos de verano, se ofrecían para bodas, bautizos y comuniones. El bizco y el ciego, sólo cobraban en bebidas, cubatas de whisky, de ginebra, de cognac, de lejía, disolvente, aguarrás, lo que fuese. Eran los músicos más borrachos del panorama callejero. Pero su gran virtud, lo que los hacía francamente únicos era su capacidad para tocar y tocar, mientras quedase algo de alcohol en alguna botella. La última noche que los vimos de marcha en la calle parecían sacados de una enciclopedia gitana. El ciego vestía de negro completamente, con una mascota negra con cinta blanca, y el bizco llevaba una camisa roja a lunares blancos con un pañuelo pirata en la cabeza y con su ostentosa bizquera. A la mañana siguiente, dormían en el suelo sobre sus propios orines y vómitos, felizmente.
La escuela Braille que los había recogido y educado desde niños, le había desarraigado sus respectivas cegueras, pero el alcohol les daba una nueva suerte de ceguera nihilista y cósmica. Eran las estrellas indiscutibles del panorama musical callejero. El bizco que veía doble, cuando bebía veía cuádruple y, dos tambores y un platillo parecían una auténtica batería, veía tambores por todas partes. El ciego se agarraba al bizco borracho para cruzar la calle con tráfico. Así les iba.

3 comentarios:

  1. Haber si nos informamos de las cosas antes de poner críticas negativas e falsas y calumias.
    Atentamente,una familiar de uno de los componentes del grupo.

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  2. Se trata de un texto literario, no de una noticia. Así es como yo los veía en 1980.

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  3. En todo caso: VIVAN LOS INCANSABLES DE TORREBLANCA... un prodigio musical donde los haya.

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