domingo, 6 de septiembre de 2009

LA UNIVERSIDAD

— ¡Niño, si no estudias, no serás nada en la vida! ¿No querrás ser como tu padre? —, gritaba mi madre cuando le llevaba el boletín de notas. Durante años, tal vez lustros, las buenas familias pagaban los mejores colegios y los mejores institutos a sus hijos. Buenas academias, buenos monitores de equitación, buenas piscinas privadas. Inmejorables instituciones inglesas. Viajes a Edimburgo o a Londres. Colegios de monjas. Informática, inglés, natación y, llegado el caso, esgrima.
Mi madre me llevó de la mano a la cola del INEM. Allí, una caterva despiadada de desempleados se acercaba y se daba codazos hasta el cielo de la boca. Ni que repartieran billetes de a diez mil. Durante ocho años que formé parte de tan ilustre fila, vi el mayor desfile de desesperación de mi vida. Los tatuajes más carcelarios, las rajas clitóricas más inabarcables. Piojos y ropa usada, nervios, desesperación y mucho desconsuelo.
— ¿Qué estudios tiene?
— Ninguno.
Aunque hubieses sido ingeniero. La cosa estaba tan mal que si tu pareja te dejaba por otra persona, te ibas a vivir con ellos. En verano te citaban un tres de agosto para recordarte la indignidad en que subsistías y para reírse de ti.
— ¿A dónde vas de vacaciones?
— Al cruce de la carretera de Cádiz, no te jode.
Yo recordaba el eco adormecido de mi madre, estudia, estudia.... Todavía estaba en COU. Había tripitido primero y repetido el tercer curso de secundaria. Llevaba siete años en el instituto. Era evidente que o concluía mis estudios o me jubilaba. Llegué a Selectividad como uno de los marineros de Ulises. Esquilmado y con arrugas. Preparé el índice chuletero más sofisticado que supe. Toda la literatura griega y latina iba adjunta en las páginas de las ilustraciones del diccionario. Hice un comentario de texto sobre el Dialecto Andaluz. Un comentario histórico, un comentario literario. Me convertí en un exegeta profesional durante la semana que duró el desarrollo de las pruebas.
Me fui de viaje de fin de estudios sin saber mi nota. Era tan joven que no se si recuerdo o sueño esto que digo. Las niñas con las que fui al viaje, estaban buenísimas. Yo pesaba setenta quilos y me podía el rijo cósmico bajo el taparrabos azul que llevé a aquel hotel malagueño. Ya no tenía caries en mi boca. Eso era una ventaja. No sabía jugar al tenis, pero era el más rápido nadando y haciendo pinitos en el agua. No obstante, no conseguía ningún rendimiento de mis recursos naturales con las niñas. No ligaba un pijo.
En aquel viaje supe que había aprobado el acceso a la Universidad. Que había tenido un sobrino nuevo. Con las chicas, un desastre. Ninguna niña se interesó por mí a pesar de que yo me interesara por todas. Pero al menos ya empezaba a ser alguien para esta sociedad y sobre todo para mis padres. Estaba dejando de ser un paria, un desarrapado.
En septiembre cogí mi bicicleta vieja y mis vaqueros Vino Blanco. Me puse en la cola más ilustre que jamás habían visto mis ojos. Yo estaba solo y me maravillaba de aquellas chavalitas acompañadas de sus papás para formalizar sus matrículas. Muy a su pesar, la Universidad era pública. La cola era tan mía como de ellas. ¡Superfíjate…!
Aquí todo el mundo suda, se estresa, se desespera por una plaza. Yo con beca, tú con papá bonito. Los resultados, en las listas de los tablones de anuncios. La inteligencia como moneda de cambio. Increíblemente yo no me hundí en las listas de los departamentos. Me salvaban mi estirpe o mis propios recursos intelectuales. No las clases privadas, no los cursos en el extranjero. Tanto tienes, tanto vales. Tanto sabes, tanto alcanzas. Otra cosa es buscarse la vida sin mentor y sin enchufes. Pero todo se andaría. Ahora, que me quiten la risa que estoy esbozando.
Del basurero a la orla en sólo algunos años, escapado de todas la hogueras y de todos los peligros de la marginalidad, del tentáculo de las drogas y de la delincuencia, hijo de la nada y con un camino por recorrer. Salvado por la literatura, el cine y las palizas pedagógicas de mi madre. El subproducto estaba en marcha y todo estaba aún por descubrir, el camino por recorrer y los miedos más atroces abandonados en el margen de una carretera que ardía presagiando mil infiernos. Adiós Su Eminencia. Au Revoir...

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