lunes, 7 de septiembre de 2009



ACTO PRIMERO
No hay más maestra que la vida y al amor es un pájaro



LA RABIA

Cuando era niño quería saber por qué vivíamos en una casa tan pequeña, por qué no teníamos ducha ni televisión, por qué no había refrescos en la mesa y por qué tenía que compartir la cama con mis hermanas. De jovencito seguía teniendo preguntas sin respuesta: por qué no íbamos de vacaciones al mar, dónde estaba el Conservatorio de Música, cuándo tendría una bicicleta nueva, por qué el cielo era azul y qué pasaba si te mordía una rata mientras dormías. La imaginación no siempre sirve a un niño que juega con sus amigos en un estercolero. No digo que las dudas fueran un impedimento para la felicidad, pero bastaba que tomases el autobús del barrio y te dirigieras al centro de la ciudad, para que las dudas se convirtieran en rabia. Rabia contra la pobreza, contra la impotencia, contra la injusticia, contra el dolor y el frío, rabia contra el mundo.
Si el sistema era culpable de la rabia, yo no podía saberlo todavía. Pero a medida que la edad te iba abriendo los ojos, el alma iba cerrando las puertas a la esperanza y a la confianza. Descubrías que tenías que ganarle la lucha al tiempo, conquistar el aire y la vida en un agónico esfuerzo por cumplir tus deseos. Ser niño tenía un precio demasiado elevado, cuanto antes te deshicieras de ese lastre, antes cicatrizabas la herida del mundo que te había vomitado.
Como adolescente no solo tenías que luchar contra las imposiciones biológicas y hormonales, sino también contra la lacra de una ropa que denotaba mi origen, la boca cerrada por no mostrar las caries que marcaban mi dentadura. Era doloroso reír y mostrar los dientes, hacer un ejercicio de contraste con otros niños que se reían de mí por una injusta razón de coordenadas geopolíticas. ¿Qué culpa tenía yo de haber nacido en aquel barrio?
Mi primer ejercicio de persona ocurrió una tarde calurosa de mayo, en la parada del autobús, con mis amigos, junto a un quiosco de prensa que ofrecía Antonio Machado y Allan Poe por sólo doscientas pesetas. Ése era todo mi capital para aquella tarde en la que íbamos al centro a beber cerveza. Decidí no coger el autobús e invertir los escasos fondos en literatura. Dudé unos segundos entre alcohol y Machado. Mis amigos me llamaron gilipollas pero me quedé en la parada.
Para salir del barrio había que madurarlo premeditadamente. Urdir una trama que empezaba con rellenar el espíritu de cosas hermosas, poemas, novelas, sueños en general. Ya tendría tiempo de tomar aquel autobús al centro. Antes estaba el niño obnubilado por un libro, su primer libro.

2 comentarios:

  1. Hola Yoni, he de decirte que aunque me leí tu libro en su día, aún me paro en rebuscarte algunas expresiones...

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  2. saludos dede el lado oscuro,
    Te descubro y por ahora me gusta,
    saludos.

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