lunes, 7 de septiembre de 2009

NO TENGO DINERO

Una tesis sostenible, que ni el azar ni lo fortuito cambiaban a pesar de mis esfuerzos, era lo desgraciado de la situación económica. Un libro costaba doce cervezas de a litro. Tenía que elegir entre dos semanas folclore o un libro de poemas. Estar en los saraos bebiendo ginebra de garrafa o conseguir a Pessoa y el desasosiego. La literatura medida en cigarrillos o en porros. En mi casa, creo recordar, había una Biblia y una enciclopedia de dinosaurios, nada de literatura contemporánea. Mis hermanas tenían su propia carnaza con Corín Tellado y sus novelillas rosas. Yo me encargaba de cambiarlas por otras de segunda mano en un quiosco del barrio por dos duros. Me conocía todos los títulos y las tramas que me contaban mis hermanas parsimoniosamente. Cuando salía del puesto con dos novelillas nuevas me leía las tres últimas páginas donde se narraba el desenlace. Llegaba a mi casa sudando y les desvelaba el misterio, el fin de la trama, matando toda la tensión narrativa. Con ello me granjeaba cierta discordia doméstica y algún pescozón.
No obstante, aquello eran páginas impresas y no la calle con sus drogas y sus peligros y, de algún modo, evasión. Por entonces yo prefería a Mortadelo y Filemón, el surrealismo se estaba convirtiendo en algo medular en mí. Las soluciones de aquellos Tebeos siempre eran creativas y enseñaban a ganar la carrera a los impedimentos con una dosis irónica de creatividad. La imagen ilusoria de aquellas viñetas era preferible antes que la realidad irrespetuosa de la pobreza.

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