lunes, 7 de septiembre de 2009

LA SIESTA

En el escalón de la puerta hacían aquella tarde cuarenta y ocho grados y una sequedad que arrasaban la faringe al respirar. Todo el mundo dormía la siesta como era más que razonable. Yo pasaba esas horas de la tarde soñando despierto o, lo que era peor, elucubrando planes sobre como reutilizar cacharros del basurero. A veces tomaba gasolina robada de la moto de mi padre para prender fuego a los pastos residuales del trigal vecino. Una vez prendí fuego a la copa de una morera en la que estaba encaramado y comenzaron a arderme los pelos de la cabeza. Me apagué las llamas con las manos y caí al suelo desde más de tres metros de altura haciéndome un daño terrible en una rodilla y en un hombro. Por ahorrar camino de vuelta a casa intenté atravesar un canalón de riego de un par de metros de ancho sobre una tarima que coloqué yo mismo, perdí el equilibrio y caí al barro tambaleándome. Para retreparme a la loma del arroyuelo me agarré firmemente a unos yerbajos y halé con fuerzas hasta que conseguí zafarme del charco no sin antes poner mis manos sobre una plasta fresca de vaca, que allí en el barrio eran como las vacas sagradas de la India, que deambulaban por todas partes. Un perro que paseaba, infelizmente para mí, por aquellos pagos, al verme con aquel aspecto tan desmejorado y abatido, echó a correr tras de mí con todo ahínco. Pude zafarme corriendo de la bestia pero justo antes de poner un pie en el rebate de mi puerta la emprendió a bocados con mi culo.
Mi madre que escuchó el ruido y que me suponía acostado a su lado, interrumpió la siesta y bajó a buscarme .
-¿Qué has hecho, canalla?, ¿dónde te has metido que pareces una espantapájaros?
Para esos casos de inclemencia mi madre guardaba escondida una goma de butano que empleaba como atizador flexible contra mi persona. De modo que en propiedad me pude llamar apaleado. Me dieron un manguerazo con lavavajillas por todo el cuerpo y de nuevo recobré la faz cristiana.
De cualquier modo la siesta seguía siendo un momento inútil del día para quien tiene el cuerpo lleno de rabos de lagartija. En otra ocasión decidí darme un baño de espuma como los que se veían en la tele y, como no existían las sales de baño en mi casa busqué bajo el fregadero algunos productos de limpieza que yo suponía que harían las ansiadas espumas. Como no veía brotar las pompas añadí al baño de agua fría lavavajillas, lejía, limpiacristales, y hasta un limpiador abrasivo a base de aguafuerte. Empezó a salir humo del agua y yo creí que se trataba de las esperadas burbujas, así que me introduje en la bañera de ochenta centímetros encogiendo las piernas. Durante unos segundos supuse, dudé y elucubré con lo que sucedía. Al cabo de medio minuto supe fehacientemente que me estaba achicharrando el pellejo.
El alarido se oyó hasta cinco calles más abajo en mitad de la pacífica siesta.
-Hijo de P…, que te ha parido una bruja.
La goma de butano golpeaba mis espaldas mientras juraba a mi madre que todo había sido un experimento en favor de la ciencia. Esa tarde se me desprendía el pelo de la cabeza a manojos y me quedó cara de galeote, por carajote.

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